Pictogramas de Cerro Azul: el desconocido tesoro que muy pocos colombianos conocen; es el equivalente amaz??nico de la Biblioteca de Alejandr??a

A cuarenta kil??metros de San Jos?? del Guaviare, donde la carretera destapada se abre paso entre potreros de selva deforestada y fragmentos de manigua que a??n resiste, comienza el ascenso hacia un santuario que muy pocos colombianos han visto: los pictogramas de Cerro Azul, un mural milenario pintado sobre un tepuy de 400 metros que guarda la memoria espiritual de los pueblos ind??genas amaz??nicos. Antes de 2016, debido al conflicto armado, era casi imposible llegar all??.

Es temprano cuando los gu??as comunitarios de la Asociaci??n Fantas??as de Cerro Azul - Puerta del Chiribiquete, reciben al grupo. El calor ya ronda los 28 grados. La voz que organiza todo es la de Joaqu??n Vargas, coordinador operativo y secretario de la asociaci??n. A su lado lo acompa??a Alirio Fontecha, gu??a local.

???Somos 43 personas de la vereda ???explica Joaqu??n???. Veinte somos gu??as y diez se dedican a la gastronom??a. Esto es turismo comunitario, organizado para que el ingreso se distribuya de forma equitativa???.

Alirio, que conoce cada ??rbol del sendero, cada subida y cada bajada, y que vivi?? con comunidades ind??genas de la regi??n amaz??nica durante varios a??os complementa en un espa??ol con acento baquiano: ???Aqu?? ofrecemos naturaleza. Es diferente a cualquier otro atractivo tur??stico del pa??s???.

La caminata no da tregua. Son casi cuatro horas de subida y bajada por la Serran??a de La Lindosa, en un camino que serpentea entre ra??ces gruesas, animales e insectos y paredes de piedra que parecen vigilar al caminante. El gu??a marca el ritmo: paradas breves, mucha hidrataci??n, nada de basura. ???Esto no es un paseo cualquiera???, advierte Alirio.

En el camino, los visitantes pueden sorprenderse f??cilmente: hay ??rboles que caminan gracias a sus ra??ces; hay frutos cuyo caparaz??n seco usan los primates para peinar a sus cr??as; hay hormigas cuya picadura puede generar v??mitos y fiebres; hay semillas y cortezas de las cuales surgen brebajes que -en la cosmovisi??n ind??gena- permiten a las personas levitar. Hay de todo.

Nosotros llegamos aqu?? en el marco de la Jornada de Inmersi??n Cient??fica organizada por IRI Colombia, que reuni?? entre el 20 y el 23 de noviembre a acad??micos, l??deres religiosos, tomadores de decisi??n y periodistas para recorrer uno de los n??cleos m??s cr??ticos de deforestaci??n en el pa??s, donde iniciativas de turismo como la de la Asociaci??n Fantas??as de Cerro Azul - Puerta del Chiribiquete pueden ayudar a proteger la selva.

La comunidad (que es la ??nica autorizada a ofrecer el recorrido) opera bajo reglas estrictas:

• Solo 10 viajeros por gu??a.
• Revisi??n rigurosa de objetos antes de subir.
• Prohibido tocar la piedra, consumir alimentos cerca del mural o salir de la ruta establecida.

No se trata de una exageraci??n. En 2018, un incendio provocado por un ganadero casi destruye el conjunto arqueol??gico. ???Fue una tragedia anunciada???, dijeron expertos y comunidad local. En aquel momento, solo la r??pida acci??n del antrop??logo Virgilio Becerra, quien logr?? escalar la cadena de alertas hasta la Presidencia, y la intervenci??n del Ej??rcito y los bomberos locales, permiti?? salvar lo que ??l llama ???la Biblioteca del pensamiento ind??gena amaz??nico???.

Al llegar arriba, tras un recorrido de poco m??s de una hora, se logran divisar los primeros paneles de arte rupestre de origen precolombino que impactan hasta al m??s indiferente. El mural aparece tras una curva final del sendero, cuando la monta??a se abre como un escenario. Un pared??n de roca blancuzca de m??s de varios metros de largo, te??ido en rojos y ocres, cubierto de figuras humanas, animales, manos, rituales, escenas de cacer??a y seres m??ticos. Unos 12.000 a??os de historia, quiz?? m??s, que han sobrevivido a incendios, lluvias, vientos y sequ??as.

La primera parada impacta, pero la segunda es como volver a nacer (literalmente). En medio del tepuy, una cueva atraviesa de punta a punta la monta??a. All??, los caciques ind??genas sol??an entrar a curar a aquellos que no pod??an ser sanados con brebajes y mejurjes. Seg??n la cosmogon??a de los pueblos originarios, salir de all?? es como abandonar el ??tero de la monta??a, y por eso quienes lo atravesamos volvemos a nacer, tras estar en la oscuridad total. Tambi??n era en esta zona donde se escond??an los guerrilleros de las extintas Farc.

Al salir, un extenso mirador natural permite apreciar la inmensidad de la selva que choca frente a frente con las sabanas orinocenses. Es la transici??n Andes ??? Amazonia ??? Orinoquia que se puede apreciar en todo su esplendor. Es imposible no maravillarse con la inmensidad del verde, y no preocuparse tambi??n porque cerca, ya a escasos kil??metros de esta ??rea protegida, se ven los parches de deforestaci??n que amenazan con destruir el bosque.

La Serran??a de La Lindosa ya forma parte de un ??rea arqueol??gica protegida, pero falta vigilancia, inversi??n y un plan de contingencia real. La deforestaci??n se ve cada vez m??s cerca de este tesoro natural. La ambici??n por expandir la frontera ganadera no da tregua.

Seguimos subiendo y llegamos a la parte final del recorrido y la m??s extensa en pictogramas. Estamos en ???La casa de las dantas???. Hay pinturas a 50 metros de altura sobre la roca y las m??s grandes son dos dantas (conocidas tambi??n como tapires) que se miran frente a frente.

Para llegar all?? y lograr pintar tan alto, seg??n los Nukak, era necesario consumir yopo, una preparaci??n narc??tica realizada a partir de las semillas del ??rbol Anadenanthera peregrina, que les permit??a levitar y alcanzar la parte alta de la roca para dibujar sus dioses, contar sus cr??nicas y retratar sus vidas.

Alirio hace una pausa frente al mural y mira a los visitantes. ???Este lugar es tranquilo ???dice???. Muy distinto a la imagen que algunos tienen del Guaviare. Aqu?? los recibimos con cari??o y con respeto por la monta??a???.

El descenso es m??s r??pido. Otra hora cuesta abajo entre el sonido de los insectos y el olor de la tierra h??meda. Al final, al mirar atr??s, uno entiende lo esencial: que la Amazonia no solo es bosque; tambi??n es memoria. Y que en Cerro Azul, esa memoria est?? pintada en la roca, respirando, resistiendo.

Lo que ocurra con ella ???si ser?? patrimonio vivo o ruina perdida??? depende, en buena parte, de que el pa??s escuche a quienes la han protegido cuando nadie m??s lo hizo: las familias que habitan la Lindosa y que hoy mantienen abierto uno de los templos arqueol??gicos m??s fascinantes y fr??giles de Colombia.

???Que pierdan el miedo: aqu?? los esperamos???, dice Alirio.

EDWIN CAICEDO

Periodista de Medioambiente y Salud

@CaicedoUcros